El tsunami que ocurrió en el Océano Índico en 2004 sorprendió al mundo entero, cobró la vida de más de 200 000 personas y generó miles de millones de dólares en pérdidas. Mediante las escalofriantes imágenes sobre la devastación, el tsunami introdujo en el mundo un nuevo tamaño y una mayor magnitud del riesgo.
Algunas comunidades fueron más afortunadas que otras, pues recibieron alertas de que una ola se dirigía hacia ellas y que contaban con pocos minutos para huir hacia lugares más altos, pero otras comunidades no fueron alertadas.
Las amenazas de origen natural no son algo nuevo y por sí mismas no representan un peligro, pero nuestro mundo actual ha reducido lejanías a través de la interconectividad que existe a partir de la globalización. Y los seres humanos han obligado al planeta a superar sus propios límites.
Las amenazas ocasionadas por el ser humano, tales como el colapso de un sistema financiero o las radiaciones, también están generando nuevos riesgos y se perciben cambios en su propia naturaleza: se observan riesgos sistémicos y en cascada, mediante lo cual un riesgo puede ocasionar otro, tal como en el caso de la fusión de núcleo de una planta nuclear durante el fuerte terremoto que ocurrió en Japón en 2011.
Si deseamos no perder de vista en ningún momento el desarrollo sostenible, debemos pasar de gestionar desastres, algo que tradicionalmente se ha hecho de forma reactiva, a gestionar el riesgo de manera proactiva.
En 2017, diversas agencias de la ONU solicitaron más de $25.000 millones de dólares estadounidenses para respuestas humanitarias y la organización Development Initiatives calcula que en más de 27 países los fondos recibidos para propósitos humanitarios fueron (en conjunto) $2.900 millones más altos durante el quinto año de una crisis prolongada que en el primero.
Pero por cada $1 que se invierte en la reducción y la prevención del riesgo de desastres se pueden ahorrar hasta $15 en tareas de recuperación después de un desastre. Por cada $1 que se invierte para lograr que las infraestructuras sean resilientes a los desastres se ahorran $4 en labores de reconstrucción.
Asimismo, la convergencia entre la reducción del riesgo de desastres, el desarrollo sostenible, el financiamiento del desarrollo y la mitigación y la adaptación al cambio climático presenta una oportunidad singular para aumentar el grado de congruencia y del impacto global.
La agenda de políticas mundiales incorpora un mensaje clave: la comprensión de las amenazas, la forma en que interactúan y la gestión de la exposición y la vulnerabilidad son elementos esenciales para el desarrollo sostenible.